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das Mystische 2.1

CUANDO LLOVIÓ GENTE

Historias antiguas para tiempos extraños. Del “Yo me rebelo, luego somos” a la modernidad líquida, y de ésta y de la sociedad del riesgo global a la ética del hacker. Y, vaya, qué curioso, un discípulo de Pekka Himanen que escribe: “los hackers deben ser juzgados por su hacking”. Pero no vayamos tan deprisa. Todo viene a cuento de una posible reflexión sobre la necesidad de una fundamentación de los valores, del papel que juega el silencio en todo ello. Por lo que se deberán entender estas notas únicamente como lo que son: simples apuntes sin más valor que el valor que uno mismo está dispuesto a concederles.

Habrá vida después de las preguntas, pero esta vida no consiente, en ocasiones, una imagen regresiva de la inmovilidad o del asentimiento; son cosas marcadas por el tiempo y por los excesos de la geografía. Además, para una diferenciación teórica entre una ética que se juega dentro de uno mismo y una moral de la justicia, universal, perteneciente a la coerción sociopolítica, es decir, al derecho, siempre podemos acudir al especialista. José Pablo Feinmann, por ejemplo, distingue con dificultad la virtud improbable de una promesa electoral de la eficacia comprobada de los hechos, de la acción. ¿A qué juego de lenguaje pertenece decir no, Sr. Feinmann? O dicho de otro modo: ¿no debemos juzgar a un hacker por las consecuencias demostradas de su hacking? Y, sí, éste es el texto motivo de la polémica:

"¿Qué le hubiera dicho Sartre al derviche volteriano?

- No pienso callarme -le habría dicho-. Callar es aceptar. Aceptar es rendirse antes las cosas como son. Es negar lo propio del hombre, que es decir no.

La propuesta del derviche ha tenido ecos suntuosos en la filosofía. Wittgenstein, que es lo otro de Sartre, ha escrito en su célebre y celebrado Tractatus lógico-philosophicus: “El método correcto de la filosofía sería propiamente éste: no decir nada más que lo que se puede decir, o sea, proposiciones de la ciencia natural -o sea, algo que nada tiene que ver con la filosofía-, y, entonces, cuantas veces alguien quisiera decir algo metafísico, probarle que en sus proposiciones no había dado significado a ciertos signos. Este método le resultaría insatisfactorio -no tendría el sentimiento de que le enseñábamos filosofía-, pero sería el único estrictamente correcto” (Alianza, p. 183). Y aquí Wittgenstein, concluyendo el Tractatus, dice la frase más conformista de la filosofía. Dice lo que decía el derviche cuando aconsejaba callar acerca de las calamidades del mundo.

De lo que no se puede hablar hay que callar- dice.

Si el método correcto de la filosofía es “no decir más que lo que se puede decir” y si lo que se puede decir son “proposiciones de ciencia natural”, estamos condenados al silencio. Ocurre que el hambre, el dolor, la injusticia, la muerte, la violencia, el sometimiento, no son “proposiciones de la ciencia natural”, sino realidades del mundo en que los hombres, complejamente, están. Sobre ellas dice su palabra el hombre de la rebelión. Cuya condición de posibilidad es negar el silencio, no dormir el sueño de los tontos y los sometidos. Despertar."

Historias antiguas para tiempos extraños. En Cuando llovió gente, Cordwainer Smith nos narra la colonización de Venus por parte de Waywonjong y del Goonhogo. “El cielo estaba lleno de gente. Caía como agua. Caía como lluvia”. Nondies, needies y showhices cayendo de las nubes. Los loudies reunidos en grandes rebaños y acorralados con los brazos de millones y millones de seres humanos. Porque, en sólo un día, ochenta y dos mil millones de personas cayeron de los cielos. Y Dobyns y Vomact estaban allí para contarlo:

"Dobyns y Vomact vieron bajar a un hombre sin cabeza. Las cuerdas del paracaídas lo habían decapitado.

Una mujer cayó cerca de ellos. La caída le había arrancado el tubo respiratorio de la garganta toscamente vendada, y la mujer se ahogaba en su propia sangre. Se tambaleó hacia ellos, intentó hablar pero sólo soltó un espumarajo de sangre y gemidos sofocados, y al fin cayó de bruces en el lodo.

Cayeron dos niños. El viento había desviado al adulto que los acompañaba. Vomact corrió a recogerlos y se los dio a un chino que acababa de aterrizar. El hombre miró a los niños, fijó en Vomact una mirada desdeñosamente inquisitiva, dejó los niños en el frío cieno de Venus, les echó una ojeada impersonal y echó a correr hacia otro lado.

Vomact indicó a Bennet que recogiera a los niños.

-Vamos –dijo-, sigamos buscando. No podemos encargarnos de todos ellos."

La historia no trasciende el uso privado de determinadas historias pero, a pesar de ello, uno puede imaginar una historia que naufraga en el momento de la exigencia de fundamentos. La cuestión, más o menos, sería la siguiente: ¿En qué se diferencia el silencio del militar chino de la acción silenciosa, sin fundamentos, de Dobyns y Vomact? ¿Vamos a echar una mano, a intentarlo al menos, aunque no podamos encargarnos de todo, o vamos a obsequiarles con una mirada desdeñosamente inquisitiva?

Una intuición básica, primitiva, da comienzo ahora a una actividad incesante: cada uno sabe lo que tiene que hacer, aunque decir no, por sí sólo, no basta. Escribió Wittgenstein en las Investigaciones: “Al nombrar una cosa todavía no se ha hecho nada. Tampoco tiene ella un nombre, excepto en el juego”. Y había escrito antes: “Si un día alguien escribiese en un libro las verdades éticas, expresando con frases claras y comprobables qué es el bien y qué es el mal en un sentido absoluto, ese libro provocaría algo así como una explosión de todos los otros libros, haciéndolos estallar en mil pedazos”.

Y yo me pregunto: ¿arderá de nuevo la biblioteca de Alejandría? Y, vaya, qué curioso, un discípulo de Pekka Himanen que escribe: “los hackers deben ser juzgados por su hacking”.

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